SANTO VIACRUCIS 10ª, 11ª 12ª ESTACIÓN
SANTO VIACRUCIS 7ª, 8ª Y 9ª ESTACIÓN
SANTO VIACRUCIS 4ª, 5ª Y 6ª ESTACIÓN
SANTO VIACRUCIS 1ª, 2ª Y 3ª ESTACIÓN
NOVENA EN HONOR A MARÍA INMACULADA
Feliz día de San Francisco
El ‘aquí estoy’ de san Francisco trajo consigo otros muchos santos franciscanos que a lo largo de la historia han buscado el sueño sobre ellos y se han lanzado a pisar fuerte y dejar huella siguiendo a Jesús.
Y tú, ¿a dónde estás dispuesto a llegar? ¿Eres consciente de que tu ‘aquí estoy’ es imprescindible para los demás?
Domingo de Ramos 2020 (Homilía del Papa Francisco)
Jesús «se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo» (Flp 2,7). Con estas palabras del apóstol Pablo, dejémonos introducir en los días santos, donde la Palabra de Dios, como un estribillo, nos muestra a Jesús como siervo: el siervo que lava los pies a los discípulos el Jueves santo; el siervo que sufre y que triunfa el Viernes santo (cf. Is 52,13); y mañana, Isaías profetiza sobre Él: «Mirad a mi Siervo, a quien sostengo» (Is 42,1). Dios nos salvó sirviéndonos. Normalmente pensamos que somos nosotros los que servimos a Dios. No, es Él quien nos sirvió gratuitamente, porque nos amó primero. Es difícil amar sin ser amados, y es aún más difícil servir si no dejamos que Dios nos sirva.
Pero, ¿cómo nos sirvió el Señor? Dando su vida por nosotros. Él nos ama, puesto que pagó por nosotros un gran precio. Santa Ángela de Foligno aseguró haber escuchado de Jesús estas palabras: «No te he amado en broma». Su amor lo llevó a sacrificarse por nosotros, a cargar sobre sí todo nuestro mal. Esto nos deja con la boca abierta: Dios nos salvó dejando que nuestro mal se ensañase con Él. Sin defenderse, sólo con la humildad, la paciencia y la obediencia del siervo, simplemente con la fuerza del amor. Y el Padre sostuvo el servicio de Jesús, no destruyó el mal que se abatía sobre Él, sino que lo sostuvo en su sufrimiento, para que sólo el bien venciera nuestro mal, para que fuese superado completamente por el amor. Hasta el final.
El Señor nos sirvió hasta el punto de experimentar las situaciones más dolorosas de quien ama: la traición y el abandono.
La traición. Jesús sufrió la traición del discípulo que lo vendió y del discípulo que lo negó. Fue traicionado por la gente que lo aclamaba y que después gritó: «Sea crucificado» (Mt 27,22). Fue traicionado por la institución religiosa que lo condenó injustamente y por la institución política que se lavó las manos. Pensemos en las traiciones pequeñas o grandes que hemos sufrido en la vida. Es terrible cuando se descubre que la confianza depositada ha sido defraudada. Nace tal desilusión en lo profundo del corazón que parece que la vida ya no tuviera sentido. Esto sucede porque nacimos para amar y ser amados, y lo más doloroso es la traición de quién nos prometió ser fiel y estar a nuestro lado. No podemos ni siquiera imaginar cuán doloroso haya sido para Dios, que es amor.
Examinémonos interiormente. Si somos sinceros con nosotros mismos, nos daremos cuenta de nuestra infidelidad. Cuánta falsedad, hipocresía y doblez. Cuántas buenas intenciones traicionadas. Cuántas promesas no mantenidas. Cuántos propósitos desvanecidos. El Señor conoce nuestro corazón mejor que nosotros mismos, sabe que somos muy débiles e inconstantes, que caemos muchas veces, que nos cuesta levantarnos de nuevo y que nos resulta muy difícil curar ciertas heridas. ¿Y qué hizo para venir a nuestro encuentro, para servirnos? Lo que había dicho por medio del profeta: «Curaré su deslealtad, los amaré generosamente» (Os 14,5). Nos curó cargando sobre sí nuestra infidelidad, borrando nuestra traición. Para que nosotros, en vez de desanimarnos por el miedo al fracaso, seamos capaces de levantar la mirada hacia el Crucificado, recibir su abrazo y decir: “Mira, mi infidelidad está ahí, Tú la cargaste, Jesús. Me abres tus brazos, me sirves con tu amor, continúas sosteniéndome… Por eso, ¡sigo adelante!”.
El abandono. En el Evangelio de hoy, Jesús en la cruz dice una frase, sólo una: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mt 27,46). Es una frase dura. Jesús sufrió el abandono de los suyos, que habían huido. Pero le quedaba el Padre. Ahora, en el abismo de la soledad, por primera vez lo llama con el nombre genérico de “Dios”. Y le grita «con voz potente» el “¿por qué?” más lacerante: “¿Por qué, también Tú, me has abandonado?”. En realidad, son las palabras de un salmo (cf. 22,2) que nos dicen que Jesús llevó a la oración incluso la desolación extrema, pero el hecho es que en verdad la experimentó. Comprobó el abandono más grande, que los Evangelios testimonian recogiendo sus palabras originales: Elí, Elí, lemá sabaqtaní.
¿Y todo esto para qué? Una vez más por nosotros, para servirnos. Para que cuando nos sintamos entre la espada y la pared, cuando nos encontremos en un callejón sin salida, sin luz y sin escapatoria, cuando parezca que ni siquiera Dios responde, recordemos que no estamos solos. Jesús experimentó el abandono total, la situación más ajena a Él, para ser solidario con nosotros en todo. Lo hizo por mí, por ti, para decirte: “No temas, no estás solo. Experimenté toda tu desolación para estar siempre a tu lado”. He aquí hasta dónde Jesús fue capaz de servirnos: descendiendo hasta el abismo de nuestros sufrimientos más atroces, hasta la traición y el abandono. Hoy, en el drama de la pandemia, ante tantas certezas que se desmoronan, frente a tantas expectativas traicionadas, con el sentimiento de abandono que nos oprime el corazón, Jesús nos dice a cada uno: “Ánimo, abre el corazón a mi amor. Sentirás el consuelo de Dios, que te sostiene”.
Queridos hermanos y hermanas: ¿Qué podemos hacer ante Dios que nos sirvió hasta experimentar la traición y el abandono? Podemos no traicionar aquello para lo que hemos sido creados, no abandonar lo que de verdad importa. Estamos en el mundo para amarlo a Él y a los demás. El resto pasa, el amor permanece. El drama que estamos atravesando nos obliga a tomar en serio lo que cuenta, a no perdernos en cosas insignificantes, a redescubrir que la vida no sirve, si no se sirve. Porque la vida se mide desde el amor. De este modo, en casa, en estos días santos pongámonos ante el Crucificado, que es la medida del amor que Dios nos tiene. Y, ante Dios que nos sirve hasta dar la vida, pidamos la gracia de vivir para servir. Procuremos contactar al que sufre, al que está solo y necesitado. No pensemos tanto en lo que nos falta, sino en el bien que podemos hacer.
Mirad a mi Siervo, a quien sostengo. El Padre, que sostuvo a Jesús en la Pasión, también a nosotros nos anima en el servicio. Es cierto que puede costarnos amar, rezar, perdonar, cuidar a los demás, tanto en la familia como en la sociedad; puede parecer un vía crucis. Pero el camino del servicio es el que triunfa, el que nos salvó y nos salva la vida. Quisiera decirlo de modo particular a los jóvenes, en esta Jornada que desde hace 35 años está dedicada a ellos. Queridos amigos: Mirad a los verdaderos héroes que salen a la luz en estos días. No son los que tienen fama, dinero y éxito, sino son los que se dan a sí mismos para servir a los demás. Sentíos llamados a jugaros la vida. No tengáis miedo de gastarla por Dios y por los demás: ¡La ganaréis! Porque la vida es un don que se recibe entregándose. Y porque la alegría más grande es decir, sin condiciones, sí al amor. Como lo hizo Jesús por nosotros.
REFLEXIONEMOS
OREMOS CON TODA LA IGLESIA
RECEMOS TODOS A DIOS PARA QUE NOS ACOMPAÑE EN ESTOS MOMENTOS
Palabras del Papa francisco en el domingo de LA PALABRA
«El tiempo de vivir para uno mismo ha terminado, el tiempo de vivir con Dios y para Dios, con otros y para otros, con amor y sin amor, comenzó. Hoy Jesús también te repite: ‘¡Ánimo, estoy cerca de ti, dame espacio y tu vida cambiará!’ Porque la Palabra de Dios «causa conversión, nos sacude, nos libera de la parálisis del egoísmo».
«Seguir a Jesús con buenas resoluciones no es suficiente, pero debemos escuchar su llamada todos los días», concluyó el Papa: «Para esto necesitamos su Palabra: escuchar, en medio de las miles de palabras de cada día, esta Palabra que no nos habla de cosas, sino de vida … Leamos algún versículo de la Biblia cada día. Comencemos por el Evangelio; mantengámoslo abierto en casa, en la mesita de noche, llevémonos en nuestro bolsillo, veámoslo en la pantalla del teléfono, dejemos que nos inspire diariamente.»
Domingo de LA PALABRA
Les invitamos a todos a celebrar este 26 de enero del 2020, domingo dedicado a la palabra de Dios, en él nos preguntamos: ¿cuál es ‘mi palabra’? ¿la que el Señor dijo a mi corazón? ¿la que me dijo en un momento difícil y me hizo levantarme? ¿la que me llenó de gozo y me hizo elevar a Él ‘mi magníficat’? ¿la que me dice hoy, en mi momento y situación actual?
Deja que Dios te siga hablando al corazón.
Abre el abanico de las cinco rutas. No importa lo complicado que parezca el camino. Si has cuidado las tres claves (querer, servir y orar) no hay temor a equivocarte: estás bien preparado para elegir tu ruta.
Cada vocación es única y todos necesitamos de ella. No puede faltar ninguna pieza del puzzle para que quede completo.
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¿Conoces lo que alegra o entristece tu corazón?
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¿Cuáles son tus fortalezas y tus debilidades?
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¿Cómo puedes servir mejor y ser más útil al mundo y a la Iglesia?
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¿Cuál es tu lugar en esta tierra?
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¿Qué podrías ofrecer a la sociedad?
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¿Tienes las capacidades necesarias para prestar ese servicio?
¿Podrías adquirirlas y desarrollarlas?
LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE SANTA MARÍA VIRGEN.
El 8 de diciembre de 1854, Pío IX definió este dogma con las siguientes palabras: «Para honor de la santa e indivisa Trinidad…, declaramos, proclamamos y definimos que la doctrina que sostiene que la beatísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús Salvador del género humano, está revelada por Dios y debe ser por tanto firme y constantemente creída por todos los fieles». Antes, la Orden Franciscana, en su Capítulo celebrado en Toledo el año 1645, «escogió a la bienaventurada Virgen María, Madre de Dios, en cuanto la confesamos y celebramos inmune de la culpa original en su misma Concepción, como Patrona singular de toda la Orden de los Frailes Menores». Y aquello no fue una novedad rara en la historia de la familia franciscana, que desde sus primeros tiempos se distinguió como defensora acérrima de este privilegio sin par de María. El beato Juan Duns Escoto fue su adalid, y la campaña por él iniciada la prosiguió la Orden, sin desmayos, a lo largo de los siglos.
Oración: Oh Dios, que por la Concepción Inmaculada de la Virgen María preparaste a tu Hijo una digna morada, y en previsión de la muerte de tu Hijo la preservaste de todo pecado, concédenos, por su intercesión, llegar a ti limpios de todas nuestras culpas. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
VEN SANTO ESPÍRITU
SEMANA SANTA… TIEMPO DE DIOS
VIRGEN DE LA ALTAGRACIA
EL BAUTISMO DE JESÚS
Lectura del santo Evangelio según san Marcos 1, 7-11
En aquel tiempo Juan predicaba diciendo: «Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo; y no soy digno de desatarle, inclinándome, la correa de sus sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo.»
Y sucedió que por aquellos días vino Jesús desde Nazaret de Galilea, y fue bautizado por Juan en el Jordán. En cuanto salió del agua vio que los cielos se rasgaban y que el Espíritu, en forma de paloma, bajaba a él. Y se oyó una voz que venía de los cielos: «Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco.»
Meditación del Papa Francisco
Cuando Jesús recibió el bautismo de Juan en el río Jordán, “se abrieron los cielos”. Esto realiza las profecías. En efecto, hay una invocación que la liturgia nos hace repetir en el tiempo de Adviento: “Ojalá rasgases el cielo y descendieses!”. Si el cielo permanece cerrado, nuestro horizonte en esta vida terrena es sombrío, sin esperanza. En cambio, celebrando la Navidad, la fe una vez más nos ha dado la certeza de que el cielo se rasgó con la venida de Jesús. Y en el día del bautismo de Cristo contemplamos aún el cielo abierto. La manifestación del Hijo de Dios en la tierra marca el inicio del gran tiempo de la misericordia, después de que el pecado había cerrado el cielo, elevando como una barrera entre el ser humano y su Creador. Con el nacimiento de Jesús, el cielo se abre.
Dios nos da en Cristo la garantía de un amor indestructible. Desde que el Verbo se hizo carne es, por lo tanto, posible ver el cielo abierto. Fue posible para los pastores de Belén, para los Magos de Oriente, para el Bautista, para los Apóstoles de Jesús, para san Esteban, el primer mártir, que exclamó: “Veo los cielos abiertos”. Y es posible también para cada uno de nosotros, si nos dejamos invadir por el amor de Dios, que nos es donado por primera vez en el Bautismo. ¡Dejémonos invadir por el amor de Dios! ¡Éste es el gran tiempo de la misericordia! No lo olvidéis: ¡éste es el gran tiempo de la misericordia! (S.S. Francisco, 12 de enero de 2014, homilía).
FELIZ NAVIDAD Y PRÓSPERO AÑO 2019
Cuando oigamos hablar del nacimiento de Cristo, guardemos silencio y dejemos que ese Niño nos hable; grabemos en nuestro corazón sus palabras sin apartar la mirada de su rostro. Si lo tomamos en brazos y dejamos que nos abrace, nos dará la paz del corazón que no conoce ocaso. Este Niño nos enseña lo que es verdaderamente importante en nuestra vida. Nace en la pobreza del mundo, porque no hay un puesto en la posada para Él y su familia. Encuentra cobijo y amparo en un establo y viene recostado en un pesebre de animales. Y, sin embargo, de esta nada brota la luz de la gloria de Dios.
Que, al igual que el de los pastores de Belén, nuestros ojos se llenen de asombro y maravilla al contemplar en el Niño Jesús al Hijo de Dios. Y que, ante Él, brote de nuestros corazones la invocación: «Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación» (Sal 85,8). (Papa Francisco)
VIVA CRISTO REY DEL UNIVERSO
SEMANA VOCACIONAL
La 55ª Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones nos anuncia nuevamente con fuerza: no vivimos inmersos en la casualidad, ni somos arrastrados por una serie de acontecimientos desordenados, sino que nuestra vida y nuestra presencia en el mundo son
fruto de una vocación divina.
También en estos tiempos inquietos en que vivimos, el misterio de la Encarnación nos recuerda que Dios siempre nos sale al encuentro y es el Dios-con-nosotros, que pasa por los caminos a veces polvorientos de nuestra vida y, conociendo nuestra ardiente nostalgia de amor y felicidad, nos llama a la alegría. En la diversidad y la especificidad de cada vocación, personal y eclesial, se necesita escuchar, discernir y vivir esta palabra que nos llama desde lo alto y que, a la vez que nos permite hacer fructificar nuestros talentos, nos hace también instrumentos de salvación en el mundo y nos orienta a la plena felicidad.
DULCÍSIMA VIRGEN MARÍA DE LA MERCED…
lunes, 24 de septiembre de 2018
…intercede por nosotros.
Hoy celebramos con gozo a María santísima bajo la advocación de la Virgen de la Merced. A ella que es nuestra madre recurrimos solicitando su auxilio y protección para que interceda ante su Hijo santísimo por todos nosotros. Dios quiere, ciertamente, que invoquemos a María, que nos acerquemos a ella con confianza, que apelemos a su maternidad, pidiendo que se manifieste como nuestra Madre. Ella jamás ha dejado de escucharnos. No olvidemos nunca que la presencia de la Virgen en la Iglesia, y por tanto en la vida de cada uno, es siempre “una presencia maternal”, que tiende a facilitarnos el camino, a librarnos de aquellos peligros – pequeños o grandes – a los que nos conduce nuestra torpeza ¿Que sería de nosotros sin sus desvelos de Madre? procuremos ser buenos hijos. Ella está siempre atenta a las súplicas de sus hijos y sus manos de Madre siempre están llenas de gracias que desea derramar sobre sus hijos.
“Querida madre, Abogada mía, guárdame bajo tu manto y ampárame. Líbrame de todo mal, sácame de la aflicción que me aqueja. Encanto de mi corazón, embeleso delicioso de mi alma yo no tengo otra esperanza, después de Jesucristo, que tú, Virgen Santísima de la Merced. Tú eres el auxilio de los afligidos; Tú, que sabes ayudar amorosamente a los conocedores de tu bondad y de la eficacia de tu intercesión.
En ti confiamos. Recibe mi ofrenda de amor, disculpa mis faltas y acepta mi agradecimiento por tantos y tan grandes favores que tus hijos hemos recibido. Reina de la gloria que bajaste del cielo a la tierra declarando que eres Madre de la Merced y de la misericordia, ruega por nosotros.”
DÍA DEL AMOR, DÍA DE LA EUCARISTÍA
CRISTO VIVE Y HA RESUCITADO!!. ¡ALELUYA, ALELUYA!.
La Pascua es la fiesta de nuestra redención y, por tanto, fiesta de acción de gracias y de alegría.
La Resurrección del Señor es una realidad central de la fe católica, y como tal fue predicada desde los comienzos del Cristianismo. La importancia de este milagro es tan grande, que los Apóstoles son, ante todo, testigos de la Resurrección de Jesús. Anuncian que Cristo vive, y este es el núcleo de toda su predicación. Esto es lo que, después de veinte siglos, nosotros anunciamos al mundo: ¡Cristo vive! La Resurrección es el argumento supremo de la divinidad de Nuestro Señor.
Después de resucitar por su propia virtud, Jesús glorioso fue visto por los discípulos, que pudieron cerciorarse de que era Él mismo: pudieron hablar con Él, le vieron comer, comprobaron las huellas de los clavos y de la lanza… Los Apóstoles declaran que se manifestó con numerosas pruebas, y muchos de estos hombres murieron testificando esta verdad.
Jesucristo vive. Y esto nos colma de alegría el corazón. «Esta es la gran verdad que llena de contenido nuestra fe. Jesús, que murió en la cruz, ha resucitado, ha triunfado de la muerte, del poder de las tinieblas, del dolor y de la angustia (…): en Él, lo encontramos todo; fuera de Él, nuestra vida queda vacía».
«Se apareció a su Madre Santísima. Se apareció a María de Magdala, que está loca de amor. Y a Pedro y a los demás Apóstoles. Y a ti y a mí, que somos sus discípulos.
»Que nunca muramos por el pecado; que sea eterna nuestra resurrección espiritual.
SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA
¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!.
El Evangelio de hoy, segundo domingo de Cuaresma, nos invita a contemplar la transfiguración de Jesús, (Mc 9,2 -10). Este episodio está relacionado con lo que sucedió seis días antes, cuando Jesús reveló a sus discípulos que en Jerusalén tendría que “sufrir mucho y ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, que debía ser condenado a muerte y resucitar después de tres días” (Mc 8,31). Este anuncio puso en crisis a Pedro y a todo el grupo de discípulos que rechazaron la idea de que Jesús fuera rechazado por los líderes del pueblo y asesinado. Esperaban un Mesías poderoso, fuerte, dominador. Al contrario, Jesús se presenta como un siervo humilde, dulce, servidor de Dios, servidor de los hombre, que debería dar su vida en sacrificio, pasando por el camino de la persecución, del sufrimiento y de la muerte. ¿Cómo poder seguir un Maestro y Mesías cuyo hecho terrenal se habría terminado de aquel modo? es lo que ellos pensaban. La respuesta llega justo por la transfiguración: ¿Qué es la transfiguración de Jesús?. Una aparición pascual anticipada.
La transfiguración ayuda a los discípulos, y también a nosotros, a comprender que la pasión de Cristo, es un misterio de sufrimiento, pero es sobre todo un don de amor infinito de parte de Jesús. (PAPA FRANCISCO)
PRIMER DOMINGO DE CUARESMA
Homilía del Papa Francisco en la Misa del Miércoles de Ceniza
El tiempo de Cuaresma es tiempo propicio para afinar los acordes disonantes de nuestra vida cristiana y recibir la siempre nueva, alegre y esperanzadora noticia de la Pascua del Señor. La Iglesia en su maternal sabiduría nos propone prestarle especial atención a todo aquello que pueda enfriar y oxidar nuestro corazón creyente.
Las tentaciones a las que estamos expuestos son múltiples. Cada uno de nosotros conoce las dificultades que tiene que enfrentar. Y es triste constatar cómo, frente a las vicisitudes cotidianas, se alzan voces que, aprovechándose del dolor y la incertidumbre, lo único que saben es sembrar desconfianza. Y si el fruto de la fe es la caridad —como le gustaba repetir a la Madre Teresa de Calcuta—, el fruto de la desconfianza es la apatía y la resignación. Desconfianza, apatía y resignación: esos demonios que cauterizan y paralizan el alma del pueblo creyente.
La Cuaresma es tiempo rico para desenmascarar éstas y otras tentaciones y dejar que nuestro corazón vuelva a latir al palpitar del Corazón de Jesús. Toda esta liturgia está impregnada con ese sentir y podríamos decir que se hace eco en tres palabras que se nos ofrecen para volver a «recalentar el corazón creyente»: Detente, mira y vuelve.
Detente un poco de esa agitación, y de correr sin sentido, que llena el alma con la amargura de sentir que nunca se llega a ningún lado. Detente de ese mandamiento de vivir acelerado que dispersa, divide y termina destruyendo el tiempo de la familia, el tiempo de la amistad, el tiempo de los hijos, el tiempo de los abuelos, el tiempo de la gratuidad… el tiempo de Dios.
Detente un poco delante de la necesidad de aparecer y ser visto por todos, de estar continuamente en «cartelera», que hace olvidar el valor de la intimidad y el recogimiento.
Detente un poco ante la mirada altanera, el comentario fugaz y despreciante que nace del olvido de la ternura, de la piedad y la reverencia para encontrar a los otros, especialmente a quienes son vulnerables, heridos e incluso inmersos en el pecado y el error.
Detente un poco ante la compulsión de querer controlar todo, saberlo todo, devastar todo; que nace del olvido de la gratitud frente al don de la vida y a tanto bien recibido.
Detente un poco ante el ruido ensordecedor que atrofia y aturde nuestros oídos y nos hace olvidar del poder fecundo y creador del silencio.
Detente un poco ante la actitud de fomentar sentimientos estériles, infecundos, que brotan del encierro y la auto-compasión y llevan al olvido de ir al encuentro de los otros para compartir las cargas y sufrimientos.
Detente ante la vacuidad de lo instantáneo, momentáneo y fugaz que nos priva de las raíces, de los lazos, del valor de los procesos y de sabernos siempre en camino.
¡Detente para mirar y contemplar!
Mira los signos que impiden apagar la caridad, que mantienen viva la llama de la fe y la esperanza. Rostros vivos de la ternura y la bondad operante de Dios en medio nuestro.
Mira el rostro de nuestras familias que siguen apostando día a día, con mucho esfuerzo para sacar la vida adelante y, entre tantas premuras y penurias, no dejan todos los intentos de hacer de sus hogares una escuela de amor.
Mira el rostro interpelante de nuestros niños y jóvenes cargados de futuro y esperanza, cargados de mañana y posibilidad, que exigen dedicación y protección. Brotes vivientes del amor y de la vida que siempre se abren paso en medio de nuestros cálculos mezquinos y egoístas.
Mira el rostro surcado por el paso del tiempo de nuestros ancianos; rostros portadores de la memoria viva de nuestros pueblos. Rostros de la sabiduría operante de Dios.
Mira el rostro de nuestros enfermos y de tantos que se hacen cargo de ellos; rostros que en su vulnerabilidad y en el servicio nos recuerdan que el valor de cada persona no puede ser jamás reducido a una cuestión de cálculo o de utilidad.
Mira el rostro arrepentido de tantos que intentan revertir sus errores y equivocaciones y, desde sus miserias y dolores, luchan por transformar las situaciones y salir adelante.
Mira y contempla el rostro del Amor crucificado, que hoy desde la cruz sigue siendo portador de esperanza; mano tendida para aquellos que se sienten crucificados, que experimentan en su vida el peso de sus fracasos, desengaños y desilusión.
Mira y contempla el rostro concreto de Cristo crucificado por amor a todos y sin exclusión.
¿A todos? Sí, a todos. Mirar su rostro es la invitación esperanzadora de este tiempo de Cuaresma para vencer los demonios de la desconfianza, la apatía y la resignación. Rostro que nos invita a exclamar: ¡El Reino de Dios es posible!
Detente, mira y vuelve. Vuelve a la casa de tu Padre.
¡Vuelve!, sin miedo, a los brazos anhelantes y expectantes de tu Padre rico en misericordia (cf. Ef 2,4) que te espera.
¡Vuelve!, sin miedo, este es el tiempo oportuno para volver a casa; a la casa del Padre mío y Padre vuestro (cf. Jn 20,17). Este es el tiempo para dejarse tocar el corazón… Permanecer en el camino del mal es sólo fuente de ilusión y de tristeza. La verdadera vida es algo bien distinto y nuestro corazón bien lo sabe. Dios no se cansa ni se cansará de tender la mano (cf. Bula Misericordiae vultus, 19).
¡Vuelve!, sin miedo, a participar de la fiesta de los perdonados.
¡Vuelve!, sin miedo, a experimentar la ternura sanadora y reconciliadora de Dios. Deja que el Señor sane las heridas del pecado y cumpla la profecía hecha a nuestros padres: «Les daré un corazón nuevo y pondré en ustedes un espíritu nuevo: les arrancaré de su cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón de carne» (Ez 36,26).
¡Detente, mira y vuelve!